Es fácil pensar que la inteligencia es el remedio para todos los males del mundo. Después de todo, eres inteligente, todo debería salirte fácil. Comprendes las cosas rápido, puedes articular soluciones a problemas complejos. El mundo está a tus pies. Lamentablemente, como en la mayoría de las cosas, hay otro lado en esta moneda.
La indecisión es parte de la vida. Tener problemas en elegir entre varias opciones es lo más normal del mundo, pero pregúntense esto: ¿Qué es más difícil, elegir entre dos, o elegir entre millones? La mayoría de ustedes, oh muñecos de paja que he creado para esta pregunta retórica, probablemente dirían que la segunda. Probablemente tendrían razón. Y es la inteligencia la que revela una mayor parte de las alternativas. Ese es el problema de la inteligencia, del uso del cerebro y de la objetividad en forma exclusiva: no incita a la acción, más bien todo lo contrario. El pensamiento lleva a más pensamiento, a la iluminación de más y más posibilidades, pero a veces hay que decidirse. Y ser inteligente no significa tener una buena capacidad para movernos. Al ver más posibilidades, y al poder, también, analizar nuestras propias debilidades, podemos quedarnos quietos, debatiendo infinitamente.
En el mundo de las novelas, es esto lo que generalmente les sucede a los estudiosos, en especial a los magos (que en general son los acumuladores de sabiduría y conocimiento). Los que saben pasan el tiempo debatiendo, buscando una solución, mientras el mundo se destruye ante sus pies. Utilizar demasiado el cerebro, ignorando todo el resto, puede llevar a una inmovilidad absoluta.
Ahora bien, esta reflexión probablemente requeriría alguien con más inteligencia que yo para resolverse por completo. Quizás lo que digo es falso, o fruto de una mente demasiado enredada. Me alegrarían comentarios que debatan al respecto.