Feliz Cumpleaños

¿Será posible describir tal ambivalencia? ¿Lo bueno y lo malo fusionado en algo nuevo, distinto, terrorífico pero amable, invitador pero descartante? Es tu cumpleaños, ahora, un día que debería centrarse en ti, y ahora no puedo verte, porque tu elegiste que no lo hiciera. Te empujé, sí, pero tú también me empujaste, me hiciste caer con tu bondad dependiente, con tu buena intención desconsiderada, por tu preocupación dañina. No te diste cuenta que creer que algo es bueno no lo hace bueno, no te diste cuenta que al verme de esa forma, tu mismo te fuiste quedando solo. Porque viste tu propia soledad en mí, viste tus miedos reflejados en otra persona y pensaste que pasaría si tu fueras ella. No viste que no hay dos personas iguales, que lo que tu creías que yo sentía solo estaba en tu mente, que no creerme no era a mi beneficio, sino al tuyo.

Ahora yo también estoy solo, pero mi soledad no es como la tuya. Yo no alejé a todos con mis palabras, descontrolado como estabas, no dije lo que debía quedarse en silencio, no me convertí en otro. Es esa mi única ventaja: no tengo que pelear contra mi propia mente, tratar de recordar los remedios, intentar controlar lo que de una u otra forma es incontrolable. Y esa falta de control me asusta, porque te conviertes en otro, una bestia en piel de humano que me mira con ojos insondables. A veces no se si te estoy mirando a ti, o a tu propia bestia. Ahora que no te veo, ahora que no me ves, ahora que cumples años, solo espero que tu propia soledad no te consuma. Porque toda la molestia que siento, todo el dolor, no se compara con vivir en soledad absoluta, pero pensando que no se está solo.

Vacío

Todavía no siento el dolor de tu despedida. Debería estar ahí, pero mi corazón se siente vacío. Mi vida, mientras tanto, me trae a gritos tu recuerdo. La puerta de la alacena entreabierta que oculta pan multigrano. El borde del closet que esconde una chaqueta arrugada y sin doblar. Las marcas antiguas de un choque en el auto. Las calles cerradas en el camino que te hacían lanzar insultos creativos y que ahora solo acarrean silencio. El mundo no paró con tu ausencia, pero parte de mí quería que lo hiciera, quizás en ese punto aparte, en esa última palabra.

No es lo mismo

Repito los movimientos. Son mecánicos, nada más, como mover las palancas de una máquina. Pero no lo siento. Lo mecánico es solo mecánico, sin el trasfondo son solo un espejo sin profundidad, sin forma. Tanto he perdido, que ya no es lo mismo. Lo he perdido.

Aforismo desinformado

Un gran arte que puede alcanzar un escritor es ser invisible. Que cuando no escriba, no exista, no aparezca, no sea. Este arte es el primer paso. El segundo, oh, y el más difícil de alcanzar, es que se note ante todos su ausencia, que queden ecos, que lo recuerden.

No soy de arcilla

Algunos mitos forjan al hombre de arcilla, un molde que se adapta a las manos de los dioses. Similar a ellos, en parte, pero inferior, menor, más pequeño. Yo no soy esa arcilla. Soy otro, soy yo mismo, no soy tú, y tú no eres un dios. Si fuera arcilla, no me dolerían tus palabras. Si fuera arcilla, quizás verías tú mismo tus propios defectos, reflejados en mi forma. Pero mis defectos son míos, distintos a los tuyos.

Así como uno no rompe un muñeco de arcilla tan solo porque no se parece a lo que somos, no puedes rehacerme a tu medida. No soy un muñeco a medias, que necesite que termines de armarlo. Ya estoy completo, no me falta ninguna parte. Cuando te digo la verdad, espero que me creas. Cuando hacemos una promesa, espero que la cumplas, así como yo cumplo mi parte. No puedo vivir con miedo a que tu palabra cambie, a que explotes de enojo por problemas que son míos, que nunca van a ser tuyos, que no quiero que sean tuyos.

Quizás sería mejor bañarte con mentiras, convertirme falsamente en ese muñeco, para solo decir lo que quieres oír, ocultar la parte incómoda. El problema es que te respeto y te quiero. Por eso soy honesto, por eso te digo toda la verdad, incluso si me juega en contra. Si eso te enoja, saber lo que en verdad pienso, lo que en verdad creo, lo que en verdad soy; entonces no queda nada que decir, nada que hablar, nada que discutir. Y no quiero eso. No seas un dios tiránico, terrible, cruel. Preséntate como humano, veme a mi como un igual, porque eso soy. Porque no soy arcilla, y tu tampoco. Lo único que puede moldearse son nuestras palabras.

Contrarios

La cueva estaba sumida en un silencio poco natural. Una figura avanzaba lento, su respiración rompiendo la calma, traspiración cayendo en sus ojos. A sus pies, monstruos de todo tipo decoraban el suelo. Los movimientos cuidadosos de la figura contrastaban con su espada, que parecía temblar ligeramente.

Después de unos minutos, la figura finalmente pareció bajar su guardia y envainó su espada. Después de mirar a su alrededor, avanzó por un pasillo adornado por telas rojas que mostraban el símbolo del enemigo: Un libro con un ojo en el centro. Las marcas del nigromante.

La figura avanzó y se encontró ante una puerta redonda de madera. Con cuidado, tomó el pomo y lamentó su decisión inmediatamente: debería haber revisado si había alguna trampa. La puerta, sin embargo, abrió de inmediato, y mostró un santuario bien adornado, con libreros llenos en las paredes y una mesa en el centro. En frente de esa mesa y sentado en una silla, estaba el nigromante con una taza de té en las manos. Su túnica, larga y adornada de rojo y negro, cubría todo su cuerpo, y su cara estaba oculta por una máscara blanca que solo dejaba ver sus labios. En ellos, se dibujaba una fatal sonrisa.

“No esperaba visitas a esta hora, héroe.” Dijo el nigromante, llenando la palabra héroe de un profundo sarcasmo “¿Qué necesitas? ¿Té?”

El héroe puso la mano bruscamente en la vaina de su espada, pero paró antes de desenfundarla. “Sabes por qué estoy aquí, nigromante. El libro, ¡ahora!” Su tono de voz se volvió más imponente, más seguro “No voy a rendirme hasta recuperarlo”

La sonrisa pareció intensificarse en la cara el nigromante, aunque sus labios, por un momento, temblaron. “¿Quién dijo que te iba a permitir rendirte, héroe? ¿Crees que puedes escapar de mí?”

Atrás del nigromante, se empezaron a formar haces de luz roja. Con un movimiento de sus manos, las apuntó al héroe.  

Por un segundo, el héroe se mantuvo incólume, pero sus piernas temblaban. Poco después, gritó “¡Volveré, con aliados, mejor preparado, para enfrentarte!” y corrió fuera de la cueva.

El nigromante tomó asiento lentamente, su cuerpo temblando, y lanzó un profundo suspiro.

“Casi… Casi casi lo descubre…”

Con un movimiento de mano, las luces subieron al techo de la cueva.

“Que todo lo que puedo hacer son luces…”

Un momento sentado

Estas sentado en la cama, miras por la ventana cerrada y observas una noche gris, un edificio con ventanas iluminadas donde un desdichado trabaja a altas horas de la noche, una calle donde un borracho grita consignas incomprensibles. Cada momento pasa por si solo, cada uno esconde un mundo de posibilidades; al mismo tiempo, cada momento pasa al mismo tiempo, y se acaba en un pestañar de ojos. Estas acostado en la cama no pudiste ver cada momento. Estas parado, no hay cama, no hay ventana, solo existes tú, y al estar solo no existes. Estas sentado en la cama.

Un espejo

Intento alcanzar los bordes del sueño, cerrar las esquinas para atraparlo y así volverlo eterno, infinito, pero se me escapa entre los dedos, como agua inunda la conciencia y sus piezas empiezan a salir por cada agujero. Por un segundo, lo que alguna vez fue un sueño inunda mi mente, y luego se va, dejando solo pozas de agua de lo que alguna vez fue un mar de emociones, de diálogos, de acciones falsas que alguna vez se sintieron reales, tan reales. Las pozas son similares a un espejo, y en mi cara veo dividido lo que pudo haber sido.

Entre la arena

Son curiosos, los desiertos, porque es imposible apreciar su tamaño en un mapa. Solo al recorrerlo se aprecia que todo en un desierto es más largo, más vasto, más lento. El desierto más pequeño puede sentirse eterno, el desierto más grande puede sentirse pequeño. Son todos distintos, pero pueden parecer iguales. Son todos similares, pero a veces parecen mundos diferentes.

Divagar me distrae y me enfrento a otra tormenta, otra vez el juego de sol y sombra, otra vez los ojos cubiertos y el paso lento, otra vez el riesgo de quedar atrapado bajo el manto de la arena. Como refugio, solo queda una duna, y mientras espero agachado a que la tormenta amenore, vuelvo al pasado.

El castillo es una sinfonía de grises, un contraste con el blanco de las paredes del fuerte. El rey se ve infinitamente viejo, y su pelo es tan gris como las paredes que lo rodean. Podría jurar que incluso sus ojos son grises, que la sonrisa con la que me recibe es gris, que incluso sus palabras son grises. Su espada acaricia mis hombros, y los aplausos de los demás caballeros parece ahogarse cuando me doy cuenta de que ahora soy uno de ellos.

La arena deja de golpear mis oídos. Ya no hay viento. Ya no hay tormenta. Tan distraído estoy en mis ensoñaciones que me demoro unos segundos en darme cuenta de que no estoy solo. A pesar de estar cubiertos con mantas, noto sus armaduras brillantes, y las capas azules que se menean mientras avanzan. Los reconozco, y mi mano instintivamente toca mi espada.

Una figura se acerca. Es él. Sonríe. La sonrisa mas sincera de los cuatro reinos, y los ojos azules más fríos. Hay un rastro de amenaza en esa sonrisa, pero lo que predomina es burla. Sin dejar de mantener su mirada, habla:

“Así que aquí esta el gran ser Nichela, héroe de innumerables batallas, liberador de Ferkhton, y, aparentemente, amante de la arena.”

Mi mano tiembla ligeramente, solo por unos segundos, y luego la alejo de mi arma. En silencio, sigo caminando.

“¿No vas a desenvainar tu espada?” me dice airoso, mientras camina con los brazos abiertos “Me gustaba más cuando le dabas uso”

Me doy vuelta y lo miro fijo. “La misión importa más que tus insultos, Migrein. Espero que, como el caballero con más experiencia entre nosotros, sepas bien eso.”

Mis palabras causan una quebradura en su sonrisa, pero se recupera pronto.

“Tu misión, claro, de vital importancia. Tanto, que ya has viajado por cinco años sin ninguna comunicación.” Hace una pausa. “Déjame decirte un secreto: no hay ninguna misión. Te mandó a morir, ser Nichela, esa es tu misión.” Luego, carcajadas. Luego, sentir que el desierto me traga, que la tormenta de arena no terminó nunca, que mi vida, toda mi vida, ha sido un desierto.

Volver

Los dedos… los dedos me arden. De mis uñas solo quedan fragmentos, y el resto yace esparcido en el barro. Llueve, las gotas golpean mis manos entumecidas y teñidas con sangre. Escarbo, sigo escarbando, la tierra apenas se mueve, pero sé que debe estar allá abajo. Lo que un día abandoné, lleno de esperanza fría, de deseo roto, del pálido reflejo de una luna oscura. Mis piernas comienzan a hundirse. El agujero se llena de agua. Pronto mi boca se fusiona con el barro, mis ojos vacíos pero abiertos, siempre abiertos, se hunden. Está cerca. ¡Mi tumba, mi tumba!

Santuario

Me asalta el silencio, me persigue, me llama a rodar por siempre en mi miseria. Las palabras se atascan en la punta del lápiz, a pesar del rutinario click del teclado, las imágenes que van de una pantalla a otra, los números de una lista que baja y sube, semana por semana. El departamento me mira con ojos nublados, como la cara del gato que rueda en la silla, siempre con hambre.

¿Qué queda, realmente? La soledad elegida por un ermitaño por opción, la suciedad que se pega a las paredes, la aspiradora que se atasca con la comida que descarta el gato, los reclamos de un conserje incapaz de verse a sí mismo. Soy eso, realmente, fragmentos de alguien que quiso ser algo, las mitades de una vasija rota sin suficientes partes para rearmarla.

¿Todavía existo, realmente? ¿Forman las partes sueltas un todo? ¿Es la arena de playa todavía una roca? No lo sé, pero no importa. No necesito responder esa pregunta. Todo lo que necesito para existir ya me rodea, y mantengo a raya el silencio a gritos.

Me asalta el silencio, me asalta el desorden, me asalta la tristeza que no curan los remedios. Tengo más de lo que merezco, y hago menos de lo que debería. Pero existe un espacio, al menos. Un santuario sagrado, en el centro, lleno de cables mordidos, de comida terminada, de nostalgias inexistentes. Y allí el silencio no se cuela. Porque algo queda. Porque incluso en una vasija rota está la belleza del reflejo. Estoy mejor que nunca. Estoy peor que nunca. Y no elegiría algo distinto.