¿Será posible describir tal ambivalencia? ¿Lo bueno y lo malo fusionado en algo nuevo, distinto, terrorífico pero amable, invitador pero descartante? Es tu cumpleaños, ahora, un día que debería centrarse en ti, y ahora no puedo verte, porque tu elegiste que no lo hiciera. Te empujé, sí, pero tú también me empujaste, me hiciste caer con tu bondad dependiente, con tu buena intención desconsiderada, por tu preocupación dañina. No te diste cuenta que creer que algo es bueno no lo hace bueno, no te diste cuenta que al verme de esa forma, tu mismo te fuiste quedando solo. Porque viste tu propia soledad en mí, viste tus miedos reflejados en otra persona y pensaste que pasaría si tu fueras ella. No viste que no hay dos personas iguales, que lo que tu creías que yo sentía solo estaba en tu mente, que no creerme no era a mi beneficio, sino al tuyo.
Ahora yo también estoy solo, pero mi soledad no es como la tuya. Yo no alejé a todos con mis palabras, descontrolado como estabas, no dije lo que debía quedarse en silencio, no me convertí en otro. Es esa mi única ventaja: no tengo que pelear contra mi propia mente, tratar de recordar los remedios, intentar controlar lo que de una u otra forma es incontrolable. Y esa falta de control me asusta, porque te conviertes en otro, una bestia en piel de humano que me mira con ojos insondables. A veces no se si te estoy mirando a ti, o a tu propia bestia. Ahora que no te veo, ahora que no me ves, ahora que cumples años, solo espero que tu propia soledad no te consuma. Porque toda la molestia que siento, todo el dolor, no se compara con vivir en soledad absoluta, pero pensando que no se está solo.